Las reglas del juego
Por Mauricio Hernández Olaiz
Para nadie es un secreto que AMLO es un personaje sobreexpuesto. Sin duda es el primer mandatario que más minutos tiene al día en presencia mediática y de redes sociales. Entre mañaneras y mensajes de ocasión los fines de semana, el presidente mexicano acumula una cantidad inmensa de horas de exposición a la luz pública, lo que origina muchos casos de mensajes polémicos, motivos de controversia entre los receptores.
Tales mensajes son cuestionados por sus detractores al mismo tiempo que defendidos por sus fieles seguidores. Pero ante el bombardeo inmisericorde de temas puestos al aire por el presidente, muchas veces los temas relevantes se pierden en una marea de mensajes tan grande revueltos con aquellos corrientes y sin sustancia.
Incluso de lo muy poco bueno que ha logrado el presidente se diluye en un océano de críticas por parte de sus haters, muchos de ellos ganados a pulso luego de horas de denostación y ataque.
No es imposible no tomar partido, lo que es imposible es no ser calificado. Mantener la objetividad en la 4T se vuelve un acto tan despreciado como poco imaginado. Hay algunas cosas en las que López Obrador puede tener razón, así como en otras estar por completo equivocado. Dependiendo el tema y tu postura pasaras de Fifí a Chairo en solo unos segundos. El clásico estás conmigo o contra mí es contundente y no hay espacio para los claroscuros.
Como periodista, o comentarista político, es complicado buscar la objetividad, pues ante la crítica a los más profusos hierros del mesías del trópico serás automáticamente calificado de chayotero, de pagado. Aunque sea de alto interés periodístico una avalancha de denuncias por despido injustificado por parte de la súper delegada Cuéllar Cisneros, sus seguidores afirmaran que es parte de una consigna, un acto ordenado o pagado por un poderoso enemigo político que quiere mermar sus aspiraciones. Caramba.
Que difícil situación vive el periodismo en México, lleno de estigmas, de descalificaciones. Todos los del gobierno son buenos e inmaculados, aunque Bartlett se siente a la derecha del padre. El malo del cuento es siempre el mensajero. Pero ante la clara evidencia de las contradicciones en los mensajes del profeta político de cabello blanco, la crítica lógica es avasallada por los seguidores de aquel que prometió un cambio verdadero, que por más que quiero, no acabo de encontrar.
Pero ¿cómo una postura o idea personal puede ser pagada?, ¿Soy tan pendejo que no encuentro la remuneración tan remarcada?, ¿acaso no tengo ideas e interpretaciones propias?, ¿en dónde perdí mi individualismo y mi capacidad de discernir?. El A,B,C del periodismo en México no tiene ya sustento, eso lo sufren hasta las paladines del oficio, quienes son agraviados con rudeza si su olfato periodístico les llevo a develar algo contra el intachable presidente.
Pero hasta el fanático más recalcitrante de un equipo de fútbol sabe distinguir cuando su conjunto no camina, cuando su juego no es eficaz y los números revelan su estancamiento. Son ellos mismos, esos fanáticos probados, que duermen con la playera, que le dan nombre a sus hijos para celebrar a sus jugadores, que duermen afuera de un estadio para conseguir una entrada, son ellos mismos los que en su momento le exigen y le vituperan. No tienen empacho en pedir la salida del entrenador, cuando es incapaz de llevar a buen puerto al conjunto, pues saben simplemente que es más grande el equipo que todos sus integrantes.
Pero en la política de la 4t el fanatismo es diferente, es ciego, es sordo, es necio, es terco. No se cansan de alabar y defender, a veces lo indefendible, no mira, no piensa, no investiga, solo se lanzan como una horda de bárbaros contra aquellos, que por pensarle tantito, cuestionaron a su mesías. Es cuasi religioso, pero el desarrollo del país no puede ser una cuestión de fe, menos de PIB por bienestar. Ese fanatismo no puede, ni debe, poner por delante a un personaje. El equipo, México, debe ser siempre primero, y si el conjunto no camina, pues es tiempo de cambiar de entrenador, son las reglas del juego, pues en cuestión de crecimiento ya no hay nada por debajo de la tercera división.