385 Grados / Abelardo Carro Nava / De nueva cuenta el presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador, puso en el centro del debate nacional a las escuelas normales; esto, después de haber declarado el 12 de septiembre, durante “la mañanera” a la que nos tiene acostumbrados desde el inicio de su mandato, que los egresados de las normales contarían con una plaza o base (Profelandia.com, 13/09/2019) al terminar sus estudios. Lo anterior, de conformidad a las vacantes disponibles en el Sistema Educativo Mexicano (SEM).
Dicha declaración, como parece obvio, generó opiniones divididas y encontradas; como es de esperarse, algunos se opusieron a tal propuesta porque ello, aseguran, generaría un “monopolio” de las normales con relación a los lugares disponibles en el Sistema Educativo, así como también, a la continuidad de un “clientelismo y/o corporativismo” que se fortalecería por la injerencia en la asignación de esas plazas por parte de los grupos sindicales, específicamente, del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) y/o de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE); sin embargo, otros más, estuvieron a favor de tal anuncio porque, como bien afirmó el mandatario en esa conferencia: “si estudias en una escuela normal y te formas para ser maestro, por qué no habría de otorgársele una plaza cuando el alumno haya concluido sus estudios”.
Desde mi perspectiva, este debate, tan necesario en nuestro país, se quedó corto de miras porque las exposiciones, muy válidas por parte de quienes están a favor o en contra, no profundizaron en algunas cuestiones que son parte de este análisis, y que deben de ser reflexionadas para comprender el ya de por sí complejo entramado de lo que significa y es el normalismo en México. Veamos.
Por principio de cuentas, tal y como lo señalé en un breve comentario en mi página de Facebook; al parecer, en la declaración que hizo López Obrador ese 12 de septiembre, no se observó ni se escuchó el voto de confianza que un Presidente de la República envío a las normales y a sus principales actores: los normalistas. Tal parece, repito, que el mensaje no se comprendió y, en lugar de eso, éste se diluyó en la lucha que, durante el sexenio de Peña Nieto, se hizo más que evidente: dar o no dar una plaza o base a los egresados de las normales. Digo, como bien se sabe, esa lucha se dio por aquella torpe declaración (que tiempo después se transformó en acción) que afirmaba que “cualquiera podría ser maestro” (Profelandia.com, 7/03/2016) pero bueno, como sabemos, ésta fue una pésima forma de expresarse porque a través de ella, se denostó y agredió la profesión docente y al trabajo que se realiza en las normales; en fin.
En segundo lugar, otro mensaje que puede leerse de las palabras expresadas por este Presidente, es aquel que le significa al normalismo mexicano: un reto o, de plano, quemar el barco antes de que llegue a buen puerto. Es decir, que ante sus ojos los normalistas tienen la posibilidad de tomar ese voto de confianza para mejorar aquello que puede ser mejorado o bien, de quedarse con los brazos cruzados esperando que todo les llegue a las manos.
Asunto nada menor porque tales acciones, sobre todo la primera, les significarían un profundo y amplio ejercicio de autocrítica que, más allá de la pasión con la que se pueda defender el normalismo en nuestro país, dicha autocrítica, se antoja y hace tan necesaria en momentos en que la coyuntura política parece favorecerles. ¿No acaso les enseñamos a nuestros alumnos que el diagnóstico es fundamental para conocer el estado que guardan las cosas en una escuela de nivel básico, por ejemplo?, ¿no acaso los datos que nos arroje ese diagnóstico permitirán fijar los objetivos, metas, acciones, etcétera que podrían desarrollarse para el cumplimiento del propósito que se persiga?
Y es que, tan necesario es comenzar por reconocer que, como le he mencionado en múltiples ocasiones, el normalismo mexicano estuvo en el olvido; pero también lo es, el hecho de que ese olvido no tiene porqué significar un lamento. Es obvio, por décadas, muchos políticos, autoridades educativas, investigadores, académicos, comentaristas y hasta los propios profesores de las normales, enviamos a ese normalismo al baúl de los recuerdos: ¿conveniencia o un simple y llano conformismo? Con relación a este cuestionamiento, el debate seguramente se tornaría muy interesante; sin embargo, hay otros tres cuestionamientos que es necesario tomar en cuenta y que son parte de ese análisis que necesita surgir en las normales, en la Secretarías de Educación de los Estados y en la propia Secretaría de Educación Pública (SEP) la cual incluye, por su puesto, a la Subsecretaría de Educación Superior (SES) y a la Dirección General de Educación Superior para Profesionales de la Educación (DGESPE): qué normalismo queremos, para qué lo queremos, y por qué lo queremos. Preguntas, si usted gusta, sencillas, pero que pueden dar esa luz tan necesaria en el camino hacia el fortalecimiento de la educación normal en México.
Mentiría si dijera que en las normales todo es miel sobre hojuelas. Recuerdo haber escrito varios artículos sobre ello en este y otros espacios (ver, por ejemplo: http://www.educacionfutura.org/la-manzana-de-la-discordia-en-las-normales/); no obstante, esa errónea concepción y el lastre que ha acompañado diversas prácticas que acontecen al interior del normalismo, no se ha dado por gusto propio; por el contrario, en ello, tanto la parte oficial como sindical han sacado mucho provecho (y que los propios normalistas han “aceptado”, insisto, más por una imposición desde “arriba” que por gusto propio); éste, sobra decirlo, es sólo uno de los lastres que tanto ha dañado a las normales en su conjunto.
Pensar y repensar el normalismo es necesario, pero también lo es, comenzar con prácticas que tiendan a mejorar lo que de por sí ya se hace bien en las normales. Evidencia existe de que se viene trabajando para que los alumnos y sus egresados, cuenten con los conocimientos y habilidades para desempeñarse con solvencia en su desempeño profesional en el servicio público. Ahí se tienen los resultados de los exámenes de oposición para el ingreso al servicio profesional docente, habría que revisarlos. Lo importante aquí, es entender esa complejidad que resulta de la heterogeneidad; implementar, no cien políticas que tiendan a mejorar lo que se viene haciendo, por el contrario, diseñar e implementar las menos que den paso al fortalecimiento del que tanto se ha hablado en las últimas décadas. Como diría aquel, desterrar la corrupción que permea en el medio, e insertar prácticas transparentes, democráticas, justas y equitativas, que atiendan y satisfagan las necesidades de ese quehacer docente y de su comunidad, ¿no es necesario? ¿O acaso no se siguen designando “desde arriba” directivos “a modo” en las normales?, ¿acaso no se desconoce de qué manera se distribuye el presupuesto asignado a estas escuelas por parte de la autoridad educativa federal y estatal?, ¿acaso la visión que pueda tener un Secretario de Educación del país no entorpece la vida académica al interior de estas instituciones educativas?
El reto ahí está, la pregunta en todo caso sería si las comunidades normalistas le entrarían a ese cambio, a esas prácticas de transparencia y de rendición de cuentas, y a ese trabajo tan necesario e indispensable en las normales. Ese, desde mi punto de vista, es el dilema. Un dilema que implica hacer a un lado todo lo malo que vive y sobrevive en las normales, para dar paso a una reforma que comience desde las propias escuelas y por los normalistas, que verdaderamente transforme, desde sus cimientos, repito, la educación normal en México. ¿Quedarse de brazos cruzados? No lo espero.
Con negritas:
Ciertamente, hay voces en las Cámaras de “Representantes” del pueblo, que señalan que el Artículo 3º Constitucional elimina la posibilidad de que se otorgue una plaza a los egresados de las normales de manera automática, y es cierto; sin embargo, si el interés supremo en la educación de los niños y jóvenes de nuestro país es primero, legislar para que se logre este propósito: ¿no es estar a favor de este interés supremo? Claro, habría que recordarles a esos legisladores cómo es que llegaron a ocupar ese puesto, y si no fueron educados por un maestro y si es maestro, no les enseñó a leer, escribir y contar. Vaya, habría que preguntarles si les preguntaron a sus maestros si habían egresado de una escuela normal y lo que en ésta se enseñaba.
Al tiempo.